Puede que, a no ser que tú o alguien a tu alrededor lo haya sufrido, si te hablan de embarazo molar no tengas la mínima idea de qué se está hablando, y sin embargo, aunque sea un problema estadísticamente poco común, resulta terriblemente duro para las que pasan por ello.
Un embarazo molar es el resultado de una fecundación anormal del ovocito. Cuando esto se da, la placenta crece de forma anormal y se convierte en una masa de quistes llenos de líquido -también llamada mole hidatidiforme, como también se conoce a este tipo de embarazos- que tiene el aspecto de un racimo de uvas. Asimismo, el embrión no se llega a formar y si lo hace lo hace de manera anómala con ninguna oportunidad de sobrevivir. Detrás de este tipo de embarazos hay una serie de anormalidades cromosómicas que evitan que el embrión se desarrolle adecuadamente.
Este tipo de anomalías resultan bastante raras, ya que apenas se da en uno de cada 1.500 embarazos. Si bien no existe conocimiento de las causas que lo provocan hay algunos estudios que apuntan que pueden tener relación con una alimentación baja en niveles de proteínas que podría causar defectos en la ovulación.
Tipos de embarazo molar
Al hablar de embarazo molar se hacen dos diferencias, ya que puede ser completo o parcial. En el primero no existe ni embrión ni tejido placentario normal. Asimismo todos los cromosomas del óvulo fertilizado pertenecen al padre y ninguno a la madre; en embarazos normales, hay 23 pares de cromosomas del padre y 23 de la madre, algo que no sucede en los molares completos, pues poco tiempo después de la fertilización, los cromosomas del óvulo de la madre se pierden o desactivan. En el parcial, la placenta es normal y sí hay embrión, aunque deforme y con un desarrollo anormal. A diferencia del embarazo molar completo, en este si están los 23 pares de cromosomas de la madre, pero aparecen dos grupos de cromosomas del padre, es decir 46 en lugar de 23.
Un embarazo molar nunca resulta exitoso. Los primeros síntomas son iguales a los de un embarazo normal; el test da positivo y los síntomas físicos son los mismos. Es después de varias semanas cuando, a través de una ecografía se confirma que algo no va como debería. Asimismo existen algunos síntomas que avisan de que ha ocurrido un embarazo de estas características: sangrados intermitentes de color parduzco, más náuseas y vómitos de los que suele haber en un embarazo normal, dolor e hinchazón abdominal -el útero suele crecer más rápido de lo normal-, exceso de salivación, hemorragias vaginales, alta presión arterial e incremento en los niveles de hCG.
Si bien en la mayoría de los casos se produce un aborto espontáneo, es importante extraer todo el tejido molar para evitar que se desarrolle un cáncer, ya que, además del trauma de perder al bebé, una de las complicaciones de este tipo de embarazos es que puede llegar a formarse un coriocarcinoma, un tumor maligno con un alto índice de curación. Generalmente se practica un legrado o un curetaje de succión, que suele hacerse con anestesia general. Sin embargo, si la masa de quistes es muy grande y la mujer ha decidido no tener más embarazos, puede practicarse una histerectomía. Durante los meses siguientes se deben controlar estrictamente los niveles de la hormona hCG hasta que baje a cero. Por lo general, una vez realizada la operación y controlada la hormona la mujer no necesita ningún tratamiento adicional, sin embargo, el médico debe realizar un seguimiento durante los próximos seis meses a un año, para asegurarse de que no quede tejido molar.
Sin duda, un embarazo de estas características es sumamente duro y traumático para la madre, sin embargo, es importante saber que una vez pasado el trauma, la mujer no tiene por qué volver a sufrir otro episodio como este, ya que, la probabilidad de que vuelva a ocurrir está entre el 1 y 2%. No obstante los médicos recomiendan esperar un año hasta comenzar a buscar otro embarazo.

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